En tiempo de escuela y colegio en Santo Domingo de Heredia siempre esperaba las vacaciones de diciembre; un canasto y una faja, par de sacos, una botella con fresco de cas y el almuerzo envuelto en un pañuelo.
La recolección del café me hacía muy feliz, en el cafetal todo era alegría, había frío y calor, risas y uno que otro romance.
El canasto se llenaba de café maduro y al final de la tarde el grito de: “A medir”, y así poco a poco se vaciaban los sacos en la medida de la “cajuela” a la par del camión. Luego caían dentro del canasto los “boletos” de una cajuela, media y un “cuartillo”; boletos que el fin de semana en la casa del propietario se cambiaban en dinero en efectivo. Fue en esa época que con ese dinero compré mi primer regalo de Navidad a mi madre, una caja de talcos con olor a rosas.
Mi madre conservó por años esas pequeña cajita de talcos perfumados.