Señor, déjame las arrugas justamente dónde las tengo, no me arrebates el tiempo vivido ni los sueños. Déjame la carne floja en esos lugares que yo no escondo ni pretendo ocultar mis años. Déjame la mirada serena y la vista corta, pero los ojos buenos, sin asomo de resentimiento o de envidia. Déjame morir de vieja con las manos transitadas por caminos sinuosos y temblores inevitables. Déjame seguir siendo buena, cargada de defectos como imperfecta humana, pero firme en lo que creo. Déjame creer aún, que existe el amor y que no ha fenecido la esperanza, mientras un pájaro cante cada mañana y anide cada noche y mientras el sol salga sobre todos. Déjame ser como soy, torpe ingenua enamorada, amante de la vida y del amor, así como soy, con piel de arcilla de los montes y un corazón tan suave como el susurro manso de la quebrada. Déjame todo, mis dolores, mis miedos, mis soledades, mis años viejos, mis arrugas, mis canas y mis ganas de vivir.
Lucía de Paula