Hace tres años lo escribí:
Cuando un país que se ha vanagloriado y se vanagloria por poseer “más maestros que soldados” le cede la tarea de esos maestros a curas, pastores, predicadores y padres de familia intoxicados ideológicamente, ese país no solo reniega de su historia cívica y sociocultural, sino que degrada su institucionalidad democrática e ingresa en una profunda crisis de valores plagada de oscurantismo e intolerancia, de la cual, probablemente, en el mediano plazo, no habrá regreso.