Cada 4 de diciembre, ella cocinaba un pollo sólo para él. Lo cocinaba y lo condimentaba bien y luego, de una manera que nunca entendí, lo envolvía en huevo batido y lo freía por todo lado. Quedaba el pollo entero y mi papá lo partía y se lo iba comiendo a trozos con tortillas. Preparar el pollo cada cumpleaños de mi papá era el orgullo de mami. Cada año decía: este es el pollo 35; este es el pollo 48, este es el pollo 53. Se refería a cada año de matrimonio ejemplificado en un ritual que se mantuvo hasta la muerte de él. Hoy, a esta hora, el pollo ya estaría cocinado. Había que dejarlo enfriar un poco para freírlo antes el almuerzo. Hoy no hay pollo, no hay madre, ni padre, ni celebración de cumpleaños. Solo hay un vacío y la añoranza por un pedazo de ese pollo que solo mami sabía hacer, que mi papá disfrutaba y por el que nosotros babeábamos.
