Después de almuerzo llevé a mi madre, ya casi nonagenaria, al dentista.
Volvió cansada y se recostó.
Yo me vine para mi casa, me entretuve en un par de mandados y en un semáforo me sorprendió el temblor.
Llamé a los viejos. Papá atendió.
-Todo está bien, ya te paso a tu mamá.
-¿Mamá?
-Hola mijito.
-¿Cómo está?
-¡Me quedé dormida y no me di cuenta! -exclamó- ¡Qué cólera, no me gusta perderme los temblores!